domingo, 2 de noviembre de 2008

La Piedra de la Locura en cumbre Inubicalista


Bernardo, el chamán de los inubicalistas de la biósfera, lee el oráculo en pintura de guerra.

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PICTOGLIFOS DEL FIN DE CHILE


Imagine que sube un bosque de fantasía, con manantiales, colibríes y una flora delirada por caleidoscopios. De pronto se acerca a la cumbre; limpias murallas de roca, una vizcacha salta entre las grietas, pasan pequeños pájaros lanzados como aerolitos, y de pronto se abre el paisaje, es la cumbre; el monte Aconcagua en la lejanía se eleva como el emperador de Los Andes, en otra dirección el océano Pacífico. Usted respira hondo, mira a su alrededor y lee:
  • DIOS ES DONDE TU ESTÉS
  • YO ESTOY EN DIOS
  • DIOS ES MI GUÍA
  • PINOCHET LIBRE
  • CHIROLA
  • PAULI 2008 TE AMO 1 VEZ
  • JANA / NANO / CHANO / CHILE 2008
  • GRUPO LOS MERMELA
  • ELI Y JAIME ♥ DENISSE Y PABLO
  • 08-02-03 JENNIFER G / VALPO – BARON
  • CLUB DE EXCURSIÓN / HOSPITAL SAN MARTIN
  • QUILLOTA 16-6-80 / J ROJO J / Sn MARTIN M / Sn MARTIN
  • 1938 BALDOMERO
  • MARIA LA PUTA
  • LM / 94 LITO
  • QL WEBER / 06 IV 27

¿Poesía visual inubicalista? No. Se trata de rayados en las rocas de la cumbre de
La Campana, cerro famoso por haber sido escalado por Darwin en 1834, en su condición de naturalista. Se empina en el centro del parque del mismo nombre, declarado reserva mundial de la biosfera por la UNESCO.

La invitación a subirlo fue de Wladimir Coray, director de la Sala de arte Marai de
Olmué. Su idea la siguiente: subir a la cumbre con un grupo de artistas gráficos y poetas para realizar una acción de arte, aquello dentro del contexto de una campaña contra los rayados que hacen los excursionistas y que no es difícil confundirlos con los de los baños de los bares y las paradas de micros.

Luego de pernoctar en las cercanías de una mina abandonada, comenzamos a subir a la cumbre apenas desaparecida la noche. La cantidad de especies vegetales es sorprendente, parece que un geómetra loco hubiera improvisado flores pentagonales. Allá las raíces de los robles como una mano apretando las rocas, acá los colibríes, los carpinteros. Oír en el medio del bosque la artillería de pájaros multiformes es una electricidad para los sentidos, aprender a oír de nuevo. A medida que nos acercamos a la cumbre cambia la vegetación, los helechos en miniatura, las grandes paredes de roca, las flores de chagual, los cactus alcanzados por un rayo.

Y de pronto en la cima, es como si volviéramos a reencontrarnos de golpe con lo que somos día a día en la micro, en el estadio, en el veraneo proleta de la playa, con cáscaras de sandía en la arena. Una especie de santuario del registro narciso, aunque hay algo en la inmensidad que sobrecoge, algo de ruina que agrega una belleza siniestra. Se trata de una especie de pirámide de la marginalidad, una animita con dimensiones de catedral, con ese aire de ciertos cementerios que tienen lápidas escritas a mano. Y no se trata de contaminación biológica, sino de una especie de basurero mental, un museo de piedras parlantes que te recuerdan que eres de una ciudad, que tu patio está sucio, que la pandereta con tu vecino es de latas oxidadas, que hay una gotera en la llave, que en la calle huele a meado, que hay caca de perro, que las ventanas son rectangulares y que a esta hora debe estar sonando un reguetón en alguna casa de la cuadra.

Se trata de una expresión, rudimentaria, pero que refleja lo que somos. Da la impresión que la sensibilidad sufriera una atrofia colectiva, ¿desde cuando el crimen en la portada del diario es digno de mayor atención que el vuelo de una abeja?, ¿hasta cuándo el romance entre la vedette y el futbolista va a tener más difusión que la furiosa matemática de una flor de montaña? Quizás el acto es contra la estupidez, contra el ruido de hablar por hablar antes de oír.

Me ha tocado conocer otras intervenciones en la naturaleza; los geoglifos del desierto de Atacama y sobretodo los petroglifos del valle de Aconcagua. En esos casos se trata de un lenguaje previo (o paralelo) al alfabeto y no tienen una interpretación clara, terreno fértil para las especulaciones, de ahí que se hable de sobre sitios ceremoniales, alucinógenos, lugares de conocimiento y otras yerbas. Sin embargo, los petroglifos que muestran lagartos, meandros de río, personajes de tocados ceremoniales, pisadas de puma, pisadas de humanos, gatos monteses, constelaciones, no violentan al espectador, transmiten una visión donde la naturaleza es el centro, no el ser humano y menos aún el nombre de un particular, sus coordenadas temporales o sus hazañas para contar en el bar de la esquina.

En la cima se realizó el acto: Alejandro Ruz realizó una instalación con fotografías colgadas, una especie de galería efímera que magnetizó a los cóndores. El porteño Radye Silva pintó a Bernardo, quien convertido en chamán roca trató de abrazar las nubes, cantó Faúndez la canción del ermitaño, quien escribe recitó, expuso sus pinturas Marcelo Ponce, todos walking around, todos se formaron una opinión; los poetas P. Araya y Victor Rojas, la diseñadora Fran Grillo, Sebastián Moncada ayudó a pintar y sacó fotos, La Piedra de la Locura fue leída por nuestro hombre lagarto. Oscar Muñoz y Wladimir se asomaban al mar de nubes y filmaron. Nombres, tantos nombres, esto ya se parece a los rayados de la cima, menos mal no quedamos pintados en las rocas de la cumbre, menos mal aún somos inubicalistas.

Queda la felicidad de conocer un pedazo de paraíso, saber que un millón de pájaros no saben que existimos y la alegría que grupos de pueblos del interior tengan el fuego de caminar horas y horas por una idea.

Fotografía de Alejandro Ruz

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